24.6.12



Cada cierto tiempo me paro y reflexiono, y frecuentemente acabo llorando. La mayoría de las veces lo hago por felicidad, otras por incredulidad, y algunas pocas por tristeza.
Cuando echo la vista atrás y pongo la mirada en el pasado me emociono. Me emocionan los sentimientos que he experimentado y los extremos en los que se balancea mi ser. Me emociona ver como me voy haciendo cada día una mujer un poco más fuerte y completa, gracias a las decisiones que tomé en el pasado.
Hay tanta belleza. La belleza del dolor es extremadamente intensa. Es la belleza del sufrimiento y del aprendizaje, la de las decepciones y las expectativas no alcanzadas. Es la intensidad del ser humano frustrado por la pérdida, por la esencia del miedo.
Es el temblor que produce el silencio cuando uno reflexiona a solas, y el pánico a encontrarse.
Es la luz que enfoca nuestras distorsiones y nuestras inseguridades, que alimenta nuestro pánico.
 Es la niña que se pierde ante un reflejo vibrante.
Cuando pienso en el pasado me emociono, sin lugar a dudas. Pero cuando me enfrento al presente... es entonces cuando recurro a la incredulidad y al asombro. Al contraste de las circunstancias, y al eterno agradecimiento.
Me parece escandalosamente bello que cada persona sea capaz de construir su camino y, con ello, su esencia y su alma. Soy amante de las almas porque son profundamente bellas.
Lo reconozco, soy una miedosa. Me aterroriza la felicidad por el hecho de no considerarme completamente merecedora de ello. Por eso, y porque sé que tan pronto como viene puede irse. Me aterroriza la felicidad porque es fácil acostumbrarse a ella, pero luego es una egoísta doncella que renuncia a los esfuerzos de un apuesto caballero. La felicidad es insensata y se deja llevar por el azar.
Me da miedo encontrar belleza en los lugares más insólitos y enamorarme de un instante, y vivir anclada en milésimas de segundo, en miradas o en el vuelo de un ave.
Me da miedo disfrutar con mis latidos, con el calor de la sangre galopando entre mis venas.
Me da miedo aferrarme demasiado a la vida, y acabar enamorándome de ella.


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Sensaciones que revolotean en mi mente